Doraldina Zeledón Úbeda
El 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Alimentación, este año con más hambre. Según la FAO “El alza de precios de los alimentos ha llevado a 75 millones de personas adicionales a una situación de hambre, con lo que la cifra de población desnutrida en el mundo en 2007 se eleva a 923 millones de personas” (Nota de prensa 18 de septiembre 2008). Así, ya no son los 848 millones de que se hablaba. Y habrá que agregar los de este año.
Se han señalado varias causas para el alza de los alimentos y por ende el aumento del hambre: el alto precio del petróleo y sus derivados, el incremento de biocombustibles que utilizan alimentos como materia prima; los desastres socioambientales agravados por el cambio climático, las guerras, las deudas internas y externas, el acaparamiento de alimentos, la falta de acceso a la tierra y al financiamiento, el deterioro y uso indiscriminado de los recursos naturales. Pero también, la falta de voluntad política para echar a andar acciones que de verdad contribuyan a erradicar el hambre.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamó el derecho a la alimentación, igualmente el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, especificando "el derecho fundamental de toda persona a estar protegida contra el hambre". Nuestra Constitución dispone que “es derecho de los nicaragüenses estar protegidos contra el hambre. El Estado promoverá programas que aseguren una adecuada disponibilidad de alimentos y una distribución equitativa de los mismos” ( Arto. 63). Además, “El derecho a la vida es inviolable e inherente a la persona humana” (Arto. 23). Y nadie puede vivir sin alimentarse.
Como vemos, es una protección constitucional, por lo tanto una obligación del Estado reconocer ese derecho y hacerlo realidad. Pero también es necesario que cada quien reconozca y reclame su derecho. Sin embargo, ante tantas carencias se vuelve un círculo vicioso: con hambre no se puede reclamar, sin educación no se conocen los derechos, sin acceso a la información no se puede reclamar. Sin acceso al agua potable no hay alimentación, ni salud; con hambre no puede haber salud. Sin trabajo no hay comida, ni salud ni educación. Y sin un ambiente saludable no hay salud. Entonces, para que se haga efectivo el derecho a la alimentación, se tienen que garantizar otros derechos. Y el hambre a su vez, afecta la producción y el desarrollo del país. Un país pobre, sin salud y sin educación no puede prosperar.
Los derechos humanos constituyen un sistema, son interdependientes. Si no se asegura el agua potable, el derecho al trabajo, no se puede asegurar la alimentación. Y el derecho al trabajo conlleva libertad de opinión, de reunión, libertad sindical, de acceso a la información.
El derecho a la educación es fundamental, junto con el derecho a la salud y al trabajo. Un niño enfermo, con hambre o mal nutrido no puede estudiar, a lo mejor ni siquiera tiene acceso a la escuela, pues primero tiene que buscar qué comer. Una familia sin trabajo no puede dar estudios a sus hijos.
¿Y qué significa tener derecho a la alimentación? ¿De qué sirve que se reconozca si no se cumple? Según la FAO, la aplicación del derecho a la alimentación “implica que los Estados tienen determinadas obligaciones cuyo cumplimiento las personas están legitimadas para exigir. Los Estados tienen la obligación de “respetar, proteger y hacer efectivo”; eso significa, en primer lugar, que el propio Estado no debe privar a nadie del acceso a una alimentación adecuada; en segundo lugar, que debe impedir que nadie sea privado de dicho acceso de cualquier otra forma; y en tercer lugar, que cuando alguien carezca de hecho de una alimentación adecuada, el Estado debe crear de forma proactiva un entorno favorable para que las personas logren la autosuficiencia alimentaria o, cuando ello no sea posible, debe garantizar que se proporcionen alimentos. Toda persona es titular de derechos y está plenamente legitimada para exigir que el Estado cumpla dichas obligaciones (FAO, “El derecho a la alimentación en la práctica – aplicación a nivel nacional).
Pero para reclamar ese derecho, se necesitan medios, una administración pública y un sistema de justicia apegados a la Constitución. ¿De qué medios puede contar un hambriento para hacer realidad su derecho a estar alimentado o qué seguridad tiene un desempleado de que si interpone un recurso de amparo será escuchado?
Entonces, así como los derechos humanos son un sistema, así la sociedad debería integrarse en un sistema donde lo que importe sea el bien común, el apoyo a las desprotegidos. Pero no es sólo hacer campañas para recoger dinero, sino que cada quien, desde donde esté, de forma personal o institucional, y con los recursos materiales, intelectuales, de amor y conciencia, pueda contribuir a la creación de empleos, a fiscalizar para disminuir la corrupción, a opinar para contribuir, a que no se despilfarre el presupuesto. Duele ver tanta publicidad sin contenido ni gracia, mientras los niños y las niñas, bajo el sol o la lluvia, buscan el gallopinto de cada día.
Habrá que trabajar y votar para que el desarrollo humano y con humanismo llegue a todos, y no para hacer realidad los sueños de unos pocos, sino el sueño de una Nicaragua sin hambre.
Publicado en El Nuevo Diario, 16 octubre 2008-
El Fardo
Rubén Darío
Allá lejos, en la línea como trazada con un lápiz azul, que separa las aguas y los cielos, se iba hundiendo el sol, con sus polvos de oro y sus torbellinos de chispas purpuradas, como un gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba quedando en quietud; los guardas pasaban de un punto a otro, las gorras metidas hasta las cejas, dando aquí y allá sus vistazos. Inmóvil el enorme brazo de los pescantes, los jornaleros se encaminaban a las casas. El agua murmuraba debajo del muelle, y el húmedo viento salado que sopla de mar afuera a la hora en que la noche sube, mantenía las lanchas cercanas en un continuo cabeceo.
* *
Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la mañana se estropeara un pie al subir una barrica a un carretón, y que, aunque cojín cojeando, había trabajado todo el día, estaba sentado en una piedra, y, con la pipa en la boca, veía triste el mar.
-Eh, tío Lucas, ¿se descansa?
-Sí, pues, patroncito.
Y empezó la charla, esa charla agradable y suelta que me place entablar con los bravoshombres toscos que viven la vida del trabajo fortificante, la que da la buena salud y la fuerza delmúsculo, y se nutre con el grano del poroto y la sangre hirviendo de la vi ña.
Yo veía con cariño a aquel rudo viejo, y le oía con interés sus relaciones, así, todas cortadas, todas como de hombre basto, pero de pecho ingenuo. ¡ Ah, conque fue militar! ¡Conque de mozo fue soldado de Bulnes! ¡Conque todavía tuvo resistencias para ir con su rifle hasta Miraflores! Y es casado, y tuvo un hijo, y...
Y aquí el tío Lucas:
-Sí, patrón, ¡hace dos años que se me murió!
Aquellos ojos, chicos y relumbrantes bajo las cejas grises y peludas, se humedecieron entonces.
-¿Que cómo se me murió? En el oficio, por darnos de comer a todos; a mi mujer, a los chiquitos y a mí, patrón, que entonces me hallaba enfermo.
Y todo me lo refirió, al comenzar aquella noche, mientras las olas se cubrían de brumas y laciudad encendía sus luces; él, en la piedra que le servía de asiento, después de apagar su negrapipa y de colocársela en la oreja y de estirar y cruzar sus piernas flacas y musculosas, cubiertas
por los sucios pantalones arremangados hasta el tobillo.
* **
El muchacho era muy honrado y muy de trabajo. Se quiso ponerlo a la escuela desde grandecito; ¡pero los miserables no deben aprender a leer cuando se llora de hambre en el cuartucho!
El tío Lucas era casado, tenía muchos hijos.
Su mujer llevaba la maldición del vientre de las pobres: la fecundidad. Había, pues, mucha boca abierta que pedía pan, mucho chico sucio que se revolcaba en la basura, mucho cuerpo magro que temblaba de frío; era preciso ir a llevar qué comer, a buscar harapos, y para eso, quedar sin alientos y trabajar como un buey. Cuando el hijo creció, ayudó al padre. Un vecino, el herrero, quiso enseñarle su industria; pero como entonces era tan débil, casi una armazón de huesos, y en el fuelle tenía que echar el bofe, se puso enfermo, y volvió al conventillo. ¡Ah, estuvo muy enfermo! Pero no murió. ¡No murió! Y eso que vivían en uno de esos hacinamientos humanos, entre cuatro paredes destartaladas, viejas, feas, en la callejuela inmunda de las mujeres perdidas, hedionda a todas horas, alumbrada de noche por escasos faroles, y donde resuenan en perpetua llamada a las zambras de echacorvería, las arpas y los acordeones, y el ruido de los marineros que llegan al burdel, desesperados con la castidad de las largas travesías, a emborracharse como cubas y a gritar y patalear como condenados. ¡Sí! entre la podredumbre, al estrépito de las fiestas tunantescas, el chico vivió, y pronto estuvo sano y en pie.
Luego, llegaron después sus quince años.
* **
El tío Lucas había logrado, tras mil privaciones, comprar una canoa. Se hizo pescador.
Al venir el alba, iba con su mocetón al agua, llevando los enseres de la pesca. El uno remaba, el otro ponía en los anzuelos la carnada. Volvían a la costa con buena esperanza de vender lo hallado, entre la brisa fría y las opacidades de la neblina, cantando en baja voz alguna triste, y enhiesto el remo triunfante que chorreaba espuma.
Si había buena venta, otra salida por la tarde.
Una de invierno había temporal. Padre e hijo, en la pequeña embarcación, sufrían en el mar la locura de la ola y del viento. Difícil era llegar a tierra. Pesca y todo se fue al agua, y se pensó en librar el pellejo. Luchaban como desesperados por ganar la playa. Cerca de ella estaban; pero una racha maldita les empujó contra una roca, y la canoa se hizo astillas. Ellos salieron sólo magullados, gracias a Dios! como decía el tío Lucas al narrarlo. Después, ya son ambos lancheros.
* **
¡Sí! lancheros; sobre las grandes embarcaciones chatas y negras; colgándose de la cadena que rechina pendiente como una sierpe de hierro del macizo pescante que semeja una horca; remando de pie y a compás; yendo con la lancha del muelle al vapor y del vapor al muelle; gritando: ¡hiiooeep! cuando se empujaban los pesados bultos para engancharlos en la uña potente que los levanta balanceándolos como un péndulo, ¡sí! lancheros; el viejo y el muchacho, el padre y el hijo; ambos a horcajadas sobre un cajón, ambos forcejeando, ambos ganando su
jornal, para ellos y para sus queridas sanguijuelas del conventillo.
Íbanse todos los días al trabajo, vestidos de viejo, fajadas las cinturas con sendas bandas coloradas, y haciendo sonar a una sus zapatos groseros y pesados que se quitaban, al comenzar la tarea, tirándolos en un rincón de la lancha. Empezaba el trajín, el cargar y el descargar. El padre era cuidadoso: -¡Muchacho, que te rompes la cabeza! ¡Que te coge la mano el chicote! Que vas a perder una canilla! -Y enseñaba, adiestraba, dirigía al hijo, con su modo, con sus bruscas palabras de roto viejo y de padre encariñado.
* **
Hasta que un día el tío Lucas no pudo moverse de la cama, porque el reumatismo le hinchaba las coyunturas y le taladraba los huesos.
¡Oh! Y había que comprar medicinas y alimentos: eso sí.
-Hijo, al trabajo, a buscar plata; hoy es sábado.
Y se fue el hijo, solo, casi corriendo, sin desayunarse, a la faena diaria.
Era un bello día de luz clara, de sol de oro. En el muelle rodaban los carros sobre sus rieles, crujían las poleas, chocaban las cadenas. Era la gran confusión del trabajo que da vértigo, el son del hierro; traqueteos por doquiera, y el viento pasando por el bosque de árboles y jarcias de los navíos en grupo.
Debajo de uno de los pescantes del muelle estaba el hijo del tío Lucas con otros lancheros, descargando a toda prisa. Había que vaciar la lancha repleta de fardos. De tiempo en tiempo bajaba la larga cadena que remata en un garfio, sonando como una matraca al correr con la roldana; los mozos amarraban los bultos con una cuerda doblada en dos, los enganchaban en el garfio, y entonces éstos subían a la manera de un pez en un anzuelo, o del plomo de una sonda, ya quietos, ya agitándose de un lado a otro, como un badajo, en el vacío.
La carga estaba amontonada. La ola movía pausadamente de cuando en cuando la embarcación colmada de fardos. Éstos formaban una a modo de pirámide en el centro. Había uno muy pesado, muy pesado. Era el más grande de todos, ancho, gordo y oloroso a brea. Venía en el fondo de la lancha. Un hombre de pie sobre él, era pequeña figura para el grueso zócalo.
Era algo como todos los prosaísmos de la importación envueltos en lona y fajados con correas de hierro. Sobre sus costados, en medio de líneas y de triángulos negros, había letras que miraban como ojos. -Letras «en diamante» -decía el tío Lucas. Sus cintas de hierro estaban apretadas con clavos cabezudos y ásperos; y en las entrañas tendría el monstruo, cuando menos, linones y percales.
* **
Sólo él faltaba.
-¡Se va el bruto! -dijo uno de los lancheros.
-¡El barrigón! -agregó otro.
Y el hijo del tío Lucas, que estaba ansioso de acabar pronto, se alistaba para ir a cobrar y a desayunarse, anudándose un pañuelo de cuadros al pescuezo.
Bajo la cadena danzando en el aire. Se amarró un gran lazo al fardo, se probó si estaba bien seguro, y se gritó: ¡Iza! Mientas la cadena tiraba de la masa chirriando y levantándola en vilo.
Los lancheros, de pie, miraban subir el enorme peso, y se preparaban para ir a tierra, cuando se vio una cosa horrible. El fardo, el grueso fardo, se zafó del lazo como de un collar holgado saca un perro la cabeza; y cayó sobre el hijo del tío Lucas, que entre el filo de la lancha y el gran bulto, quedó con los riñones rotos, el espinazo desencajado y echando sangre negra por la boca.
Aquel día, no hubo pan ni medicinas en casa del tío Lucas, sino el muchacho destrozado al que se abrazaba llorando el reumático, entre la gritería de la mujer y de los chicos, cuando llevaban el cadáver a Playa-Ancha.
* **
Me despedí del viejo lanchero, y a pasos elásticos dejé el muelle, tomando el camino de la casa, y haciendo filosofía con toda la cachaza de una puerta, en tanto que una brisa glacial que venía del mar afuera pellizcaba tenazmente las narices y las orejas.